martes, 4 de abril de 2023

Mi amigo Yoshi


Hace una semana fue la última vez que te vi.

No sé dónde estarás ni qué habrá pasado contigo. He salido a buscarte todos los días y no he logrado encontrarte. Le he preguntado a todos los vecinos pero ninguno te ha visto. Mañana, con la luz del sol volveré a recorrer las calles a ver si te encuentro.

Me preocupa no saber qué te ha pasado. No sé si estarás pasando hambre, frío o dolor. Me duele muchísimo pensar que no te he podido acompañar en tus últimas horas y a veces me resigno a creer que ya no estás más en esta tierra.

Si tuviera la oportunidad de despedirme, te diría que más que una mascota, fuiste mi amigo. 

Desde que comenzó la pandemia, me viniste a acompañar todas las tardes acá a mi casa. Sé que tu encantaba venir a comer y pasar un ratito con Lego y con Kira. Fuiste un gatito muy noble y con un gran corazón.

Desearía tener noticias de vos y me gustaría decirte que si en algún momento encontrás el camino de regreso a casa, te estaré esperando con los brazos abiertos y un gran plato de comida.

Te quiero mucho y te extraño, mi pequeño mashito. Espero que la vida nos vuelva a encontrar. Y si no fuera así, te agradezco por todos los momentos que tuvimos juntos. 

Hasta pronto, mi amigo Yoshi.

Me mordiste, pero yo te pagué con cariño


Mike comenzó a llegar a mi casa hace más de un año. Al principio se metía sigilosamente por una ventana y se comía parte de la comida de LEGO. 

Varias veces lo descubrí durmiendo sobre una caja plástica cerca de la ventana por donde entraba. Para LEGO fue muy difícil dejar que Mike irrumpiera en la casa. Inclusive una vez se pelearon y LEGO terminó con una pata quebrada por un mordisco de Mike. LEGO quiso espantar a Mike, Mike dio vuelta para irse y LEGO lo atacó por la espalda. Yo fui testigo que LEGO fue quien lo atacó, defendiendo su casa. Mike hizo lo que la calle le había enseñado: defenderse.

Seguido del incidente, intentamos miles de soluciones para que Mike no entrara a la casa y se alejara de la comida que LEGO defendía a muerte. Nada funcionó. 

Un día se me ocurrió una idea aún más sencilla: hacerle creer a Mike que era bienvenido a la casa, y hacerle ver a LEGO que Mike no era su enemigo, si no un gatito que necesitaba comida y un lugar donde vivir. 

Después de esto, notamos que las cosas empezaron a cambiar poco a poco, lentamente. Cada vez que Mike se asomaba a la puerta, yo le decía a LEGO: "dejalo, es un amigo. Él solo quiere comida y una casita donde poder descansar".

Al día de hoy, todas las noches me siento en el sillón con LEGO a la par. Mike llega a la puerta, nos hace un "miau" prolongado y nos vuelve a ver. LEGO se alerta, pero después simplemente sigue en lo suyo. Yo voy a la puerta, le extiendo la mano y Mike se me restriega por todos lados. Inclusive me enseña su barriguita y se deja que le haga cosquillas. 

Una vez me puse a pensar que a Mike nunca nadie le había hecho cariño y que él peleaba con todos los gatos y todas las personas porque así le enseñó la calle. Porque solo así aprendió a sobrevivir. Eso me partió el corazón. 

Ahora todas las noches puedo ver en su cara unos ojos agradecidos conmigo y con LEGO, por abrirle la puerta de nuestro humilde hogar.

Al final de todo, la solución que ha prevalecido ha sido el cariño y el amor. Mike nos mordió muchas veces, pero nosotros tratamos de devolverle esos mordiscos con cariño y ahora nos viene a buscar para que juguemos con él.

La noche de hoy me voy a acostar un poco más tranquilo sabiendo que mientras yo viva, va a haber un par de gaticos a los cuales no les va a faltar comida ni una casita donde vivir.

La historia del fantasma


Cuando tenía seis años fui internado en el Hospital de Niños para una cirugía. Durante mi estancia, mi mamá me acompañó prácticamente todas las noches.

Como es bien sabido, los hospitales son lugares donde las historias de fantasmas abundan y pues en este caso no fue la excepción.

Una noche, conversando con las enfermeras, contaban la historia de una monja que deambulaba por los pasillos del hospital. Era una monja que había muerto hace muchos años dentro del hospital y cuyo espíritu quedó atrapado en el edificio. Había cientos de relatos de personas a quienes se les aparecía "la monjita" y por lo general en las noches las personas tenían miedo de caminar solas por los pasillos.

Una noche, mi madre necesitaba ir al baño. En la parte antigua del Hospital de Niños circula mucho viento por los pasillos, y pues mi mamá decidió taparse la cabeza con un paño para según ella no resfriarse con las corrientes de aire. 

Camino al baño, se topó a una señora de frente en el pasillo. La señora pegó un grito de susto, exclamó un "¡DEJE DE ASUSTARME!", dio media vuelta y salió corriendo. Mi madre continuó su camino hacia el baño y cuando regresó a la habitación me contó la historia.

En ese momento, en mi cerebro de niño de 6 años, había comprendido que la señora pensó que mi mamá era "la monjita". La historia me pareció graciosa y a la vez me dio un poco de pena por la pobre señora asustada.

En este momento, muchos años después, me he puesto a pensar que en la vida nosotros mismos hemos sido "el fantasma". Hemos herido, asustado, alejado a personas en nuestro camino y ni siquiera nos hemos dado cuenta. 

Para la señora del pasillo, mi madre fue el fantasma y mi mamá ni siquiera lo supo.

Para nuestros seres queridos y allegados, nosotros también hemos sido el fantasma. Basta con escuchar una historia así para darnos cuenta que nosotros también podemos actuar mal, asustar y herir a otros, inclusive sin darnos cuenta. Pero aún así, siempre es bueno admitir nuestros errores y darnos cuenta cuando hemos sido nosotros mismos el fantasma.

jueves, 13 de octubre de 2022

Un barco sin nombre


Marcelo siempre había padecido de asma, y una noche tuvo un ataque muy fuerte que lo mandó al hospital de niños.

Los doctores le dieron tratamiento pero le dijeron a su mamá que debían dejar a su hijo internado para realizarle varios exámenes y descartar un padecimiento más grave. El niño pasó la noche en el hospital, acompañado por su mamá. Al otro día su madre se tuvo que ir a trabajar. La familia de Marcelo no tenía muchos recursos económicos y consistía de su mamá y 2 hermanos más.
- "Marce, yo me tengo que ir a trabajar. Mañana te vengo a visitar un ratito."
- "Está bien ma, no pasa nada. Ve tranquila."

En la cama de la par estaba Tony, un niño que estaba recibiendo su tratamiento de quimioterapia. Tony era un niño de una familia muy acomodada, y su cama y su mesita siempre estaban llenos de juguetes. Tony notó que Marcelo se había quedado solo y decidió jugar con él un rato.

"Hola Marcelo. Yo te voy a prestar uno de mis juguetes para que te podás entretener. ¿Cuál querés?".

Marcelo no estaba acostumbrado a tener muchos juguetes alrededor suyo, pero le llamó la atención un hermoso barco azul con blanco y gris que Marcelo tenía en su cama.

- "Este es muy bonito. ¿Puedo jugar con él?".
- "Bueno, está bien. Yo te lo presto. Me lo cuidás muy bien, por que es mi juguete favorito. Me lo trajo mi papá de uno de sus viajes al extranjero y me dijo que cuando me pusiera mejor, me iba a llevar en un barco que es un millón de veces más grande que este. Este barco se llama Esperanza.  ¿Sabés que a los barcos se les pone nombre?."

- "Ah pues no, no lo sabía".
- "Mi papá me dijo que le pusiera un nombre. Ese fue el que se me ocurrió. Así es que cuando salga de acá, voy a ir conocer el océano y me voy a subir a un gran barco como este. Si vos querés, podés venir. Nada más tenés que traer el traje de baño y un abrigo, por que dicen que las noches en el mar se ponen frías también."

Marcelo no estaba acostumbrado a que alguno de sus amigos lo invitara a navegar en un barco gigante, pero de todos modos le dijo a Tony que sí, que estaba bien y que le iba a pedir permiso a su mamá cuando ella regresara a visitarlo.

"Bueno, tomá el barco. Te lo voy a prestar porque ahora vos sos mi amigo. Vamos a ser amigos para siempre y yo te voy a poder prestar mis juguetes cuando querás. Vos nada más tenés que cuidarlos mucho y no romperlos. Algo así como nuestra amistad."

Transcurrieron un par de días y Marcelo y Tony pasaron las horas jugando con los juguetes de Tony y fantaseando sobre lo que iban a hacer cuando salieran del hospital. Historias de combates en castillos, carreras de autos y viajes espaciales estaban a la orden del día.

Un día Marcelo despertó y notó que la cama de Tony estaba vacía. 
"Se lo habrán llevado para hacerle exámenes", asumió Marcelo. 

Cayó la tarde y comenzaron a llegar familiares de Tony a empacar todas las pertenencias lo que había en la cama y en la mesita del hospital.

La mamá de Tony tomó el barco. Se lo entregó a Marcelo y le dijo: 
"Marce, Tony me dijo que te diera esto y que te dejara dicho que él no te iba a poder acompañar en el viaje en barco, pero que si vos alguna vez te subís en uno de verdad, que te acordés de él. Que él siempre se iba a acordar de vos y que aún iban a ser amigos para siempre, pasara lo que pasara".

El sueño de Danilo


Hace un año atrás, Teresa y Danilo se conocieron en el cumpleaños de Tomás. Ambos coincidieron en la mesa donde estaban los refrescos. Teresa quería hielo para su bebida y Danilo amablemente llenó el vaso de la chica con tres cubos de hielo. Después de cruzar las miradas, hablaron un par de minutos y cada quien tomó su camino. Doce meses después del encuentro, ambos volvieron a coincidir en el cumpleaños de Tomás. Esta vez Danilo se armó de valor e invitó a Teresa a ir por un café la semana próxima. Teresa aceptó la invitación, y Danilo, aún incrédulo con la respuesta, fijó día y hora: "Paso por vos el Sábado a las 5:00p.m.".

Danilo trabajaba en la carnicería de su padre. El turno comenzaba a las cinco de la mañana y terminaba por ahí a las tres de la tarde. Después de esto, Danilo iba a trabajar un segundo turno a una cadena extranjera de supermercados que recién había abierto en el pueblo. La familia de Danilo necesitaba dinero para cuidar al hermano de Danilo, quien era víctima que una condición que desde niño lo postró a un cama.

El deporte favorito de Danilo era el baloncesto. Desde niño soñó con ser jugador profesional y fichar para algún equipo profesional de los Estados Unidos. Su sueño fue frustrado gracias a la condición de su hermano: "hay que trabajar para comprar las medicinas y pagar el tratamiento de Roger", decía su madre. Danilo vivía su vida y trabajaba en función de mantener vivo a su hermanito.

Teresa, por su lado, nunca tuvo necesidades de dinero. Su padre era un reconocido comerciante de la zona que acostumbraba llenar de regalos a su esposa y a sus hijas. Teresa quería ser abogada, y su papá pagaba su carrera en una prestigiosa universidad de la capital.

El día de la cita, Danilo pasó por la casa de Teresa y fueron a una humilde cafetería del barrio. Danilo usaba el cabello largo y vestía con camisa negra, como era usual en él. Se presentó a la cita a como su sentido de la moda lo dictaba. Por otro lado, Teresa combinaba los colores que dictaba la moda en esa temporada y compraba su ropa en un prestigioso centro comercial de la capital. Además usaba un perfume encantador, que hacía que hombres y mujeres voltearan a ver la fuente de tan agradable olor.

Teresa se fijó en Danilo y quiso ser su novia. Danilo encantado le propuso que formalizaran la relación.

A Danilo le gustaba usar el cabello largo. Teresa nunca estuvo contenta con la idea y reiteradamente le preguntaba a Danilo que cuándo iba a ser el día en que se cortara el cabello. Danilo desviaba la conversación y respondía con un "un día de estos, Teresa, un día de estos".

Después de trabajar durante más de 12 horas diarias, Danilo asistía prácticamente todas las noches al gimnasio del barrio, a jugar baloncesto con sus amigos. Danilo era muy buen jugador y era admirado por todos los niños que asistían al gimnasio en las noches a jugar también. Era tan bueno, que inclusive un equipo de primera división de la liga de baloncesto de su país lo invitó a entrenar con ellos e intentó ficharlo. Pero entre las extensas jornadas laborales y su relación con Teresa, era muy poco el tiempo libre que quedaba para ir a entrenar. La invitación fue declinada.

Teresa nunca estuvo muy contenta con los partidos nocturnos de Danilo: "son pocas las horas que nos vemos al día", decía. Danilo quería mucho a Teresa, pero también necesitaba jugar al baloncesto para olvidarse de su cansada jornada laboral.

"Preferís al baloncesto que verme a mí", decía Teresa.

Teresa despertó un día y se dio cuenta que Danilo llevaba 5 días sin hablarle. Preguntó por él en la casa de sus padres, pero los señores no le dieron información sobre el paradero de Danilo. Un mes después de la última vez que hablaron, Teresa recibió un correo de Danilo:

"Hola Teresa. Te escribo para contarte que me vine a trabajar al extranjero. Un primo movió sus influencias y logró que me contratara el equipo del Miami Heat. ¡Por fin pude pisar una verdadera cancha de baloncesto!. Acá me han atendido muy bien y me han contratado para que les ayudara con la limpieza de las instalaciones deportivas. Inclusive algunas veces me envían a las casas de los jugadores para ayudarles con el mantenimiento de sus hogares. La paga es buena, y en unos meses podré ahorrar para comprar una moto y transportarme más fácilmente. También envío dinero a mi país y ayudo a mis padres para que se puedan cuidar a mi hermano y se puedan dar un lujo de vez en cuando. Espero que todo esté bien por allá y podás terminar con tus estudios y ser la abogada que siempre quisiste ser. Yo por mi parte, voy a cumplir mi sueño de estar en la planilla de un verdadero equipo de baloncesto. Que te vaya bien.".

Tomás y el aniversario de un evento sin importancia



Tomás y Manolo llegaron a la Universidad faltando quince minutos para que comenzara su primera clase del curso de Humanidades.
Tomás era un muchacho tranquilo, de una familia humilde. Su familia tenía un negocio propio: una ferretería que habían heredado del bisabuelo paterno de Tomás. Desde pequeño, a Tomás le interesaban las herramientas, las luces de colores y trabajar con madera. Siempre quiso ser Ingeniero, y sus padres se las ingeniaron para enviarlo a la Universidad con una beca otorgada por el gobierno.

Faltando cinco minutos para el comienzo de la clase, Lucrecia entró al salón y tomó asiento al frente de Tomás. Lucrecia era una muchacha algo tímida, muy hermosa, de tez blanca, ojos negros, saltones y con un cabello negro brillante que cubría toda su espalda. Desde pequeña había sido un estudiante ejemplar: miembro del equipo de debate, presidente de la clase, calificaciones sobresalientes y hasta participaba del coro del colegio y de la iglesia. Lucrecia provenía de una familia adinerada de abogados: tanto su padre como su madre ejercían la profesión, y el futuro de Lucrecia parecía destinado a correr la misma suerte.

De vuelta en el salón de clase, Tomás había quedado impresionado con la llegada de su nueva compañera.  Pensó en hablarle, pero no tenía idea de cómo hacerlo o qué decir. Dejó que la clase comenzara y se dedicó a poner atención.

Unos quince días después de haber comenzado el curso, Tomás tomó valor y le preguntó a su compañera acerca algo que no había entendido en la clase. Lucrecia, amablemente le explicó a su compañero acerca de lo que dijo el profesor e inclusive le recomendó un par de libros relativos al tema. 

A partir de ese día, se hicieron muy buenos amigos y excelentes compañeros de clase. Lucrecia tomaba los apuntes, en un cuaderno inmaculado donde utilizaba distintos colores para distinguir la importancia de cada una de las oraciones que escribía. Lucrecia compartía sus apuntes con Tomás, quien prefería observar a Lucrecia en lugar de ver una pizarra llena de aburridas teorías sociopolíticas y notas sobre los tratados de libre comercio.

De vez en cuando salían a tomar café. Lucrecia siempre tomaba dos tazas de café, negro, sin azúcar.
"Así sabe mejor", decía mientras acomodaba sus lentes de pasta gruesa que hacían un perfecto juego con sus negro ojos y su largo cabello negro. 

Una noche, Tomás invitó a Lucrecia a cenar. 
Era un 25 de Julio. La noche era cálida y había luna llena. Pensó que no podía existir mejor momento para hacerlo. 
De antemano, Tomás había encargado el libro favorito de Lucrecia: una edición especial con empaste de lujo e ilustraciones inéditas del autor. Durante varias semanas ahorró dinero de su sueldo en la ferretería familiar. Sabía que esa noche se jugaba el todo por el todo, y se arriesgó.
Cuando llegaron al restaurante, conversaron como siempre de los temas que a ambos les gustaban. Lucrecia  relataba la historia del libro que estaba leyendo en ese momento y Tomás ponía atención y fantaseaba escuchando las dulces palabras de su amiga. Tomás le contaba a Lucrecia de las nuevas herramientas que había comprado su padre, y de cómo planeaba diseñar y construir una nueva mesa para que su familia pudiera cenar más cómodamente.

"Cuando esté lista, podremos comer con mis padres", le proponía Tomás con una sonrisa en su rostro.

De vuelta al restaurante, una vez terminada la cena, Tomás saca un paquete, envuelto elegantemente y se lo da a su compañera. 

"Es tuyo. Abrilo. Espero que te guste".

Lucrecia suelta el lazo que amarra el paquete, retira la envoltura y descubre su libro favorito. Aún sorprendida, abre el libro por la mitad y encuentra una nota que dice:

"¿Querés ser mi novia?".

El corazón de Tomás late fuertemente en espera de la respuesta.

"Claro que sí Tomás, sí quiero ser tu novia".

Conforme pasaron los meses, Tomás y Lucrecia formaron un equipo infalible. Por iniciativa de Lucrecia, juntos participaban de almuerzos para los pobres organizados por la parroquia a la que la familia de Lucrecia asistía todos los domingos. También hacían obras de caridad para los niños del barrio donde vivía Tomás. 

Lucrecia cocinaba deliciosas cenas para la familia de Tomás. También pasaban las noches jugando a las cartas, al dominó y a las damas chinas. Lucrecia siempre ganaba en todos los juegos, pero a Tomás no le importaba. De todos modos, era él quien realmente ganaba teniendo a su lado la persona que amaba. 

Cuando los instintos adolescentes dominaban el pensamiento de Tomás, Lucrecia ponía freno a la situación:
"Debemos esperar hasta estar casados, Tomás".

A Tomás no le importa esperar y siempre respetaba el mandato de su novia. De todos modos, ella iba a estar con él para siempre.

La vida no podía ser mejor, hasta que llegó aquella extraña y lluviosa tarde de Setiembre. Tomás y Lucrecia habían acordado verse en la parroquia para llevar almuerzo a los indigentes del pueblo. Tomás llegó como siempre, pero Lucrecia no se presentó. Tomás llamó a Lucrecia para ver qué sucedía.

"No voy a poder ir. No me siento bien. Vas a tener que ir solo", fue la respuesta.

Tomás completó su obra esa tarde y regresó a casa. Al día siguiente llamó a su novia para ver cómo había seguido. No hubo respuesta. Durante toda la semana trató de comunicarse con Lucrecia, sin éxito alguno.

"Debe de estar estudiando para los exámenes", pensó.

La semanas pasaron, y Tomás trató de comunicarse con Lucrecia pero nadie le daba referencias acerca de ella.

"Dicen que anda de vacaciones en el extranjero", escuchó de una vecina.
"Dicen que se fue al campo a visitar a unos familiares lejanos", escuchó de otra vecina.

Los meses pasaron y Tomás llamaba y escribía de vez en cuando a Lucrecia, con la esperanza de recibir alguna respuesta.

Después de un tiempo, Tomás cayó en cuenta que no iba a recibir contestación alguna. 
Con resignación escribió la última carta.

"Hola Lucrecia.
No sé nada de vos. No sé qué te pasó. 
Espero que estés bien.
Solo quería despedirme y agradecerte por ese año tan hermoso que pasamos juntos.
Gracias por hacerme una mejor persona y hacerme creer en la vida y en la bondad de las personas.
Gracias por ganarme en todos los juegos que solíamos jugar. Supongo que esta vez no tendré que pedirte una revancha.
Gracias por enseñarme el valor de la espera. Yo habría esperado por vos todo lo que hubiera sido necesario. Pero creo que vos no querés que te espere.

Hasta siempre.
Tomás".

Fue un 25 de Julio, dos años después de aquella inolvidable cena, el día en que Tomás recibe en su casa un sobre en blanco, rotulado únicamente con su nombre.
Sin mucha expectativa, abre el sobre y dentro observa unas cinco o seis fotografías. Conforme pasa las fotos, siente como si una estaca se clavara en su corazón, cada vez más profundo.
Tomás tira las fotografías a la basura. Al descubierto queda una foto de un bebé de ojos negros y saltones en brazos de Lucrecia, y una nota que decía

"Su nombre es Tomás".

La primera vez de Manolo


Viernes en la noche.

Manolo es un estudiante promedio y un tanto inocente, que cursa el primer año de la Universidad. Carlos, uno de los mejores amigos de Manolo, lo llama para confirmar su salida al bar de siempre.

"Hey Manolo, paso por vos a las nueve en punto. Acordate que va Karina, y que va a llevar a las amigas".

Manolo no se inmuta por la idea de encontrarse con Karina, quien es la novia de Carlos, y sus desconocidas amigas. Sin embargo, se baña, se pone su ropa favorita, se rocía con colonia e incluso saca de un viejo cajón sus medias de las suerte, listas para acompañarlo en su noche.

Carlos llega puntual por Manolo y se enrumban con destino al lugar acordado.
Minutos más tarde, aparece Karina con sus amigas. Se hacen las presentaciones de rigor entre el grupo de amigos y la noche continúa sin sobresaltos.
Manolo, Carlos y sus amigos hablan de temas de suma importancia: fútbol, mujeres, videojuegos, más fútbol, más mujeres, más videojuegos.
Minutos después, Manolo emprende su camino a la barra del bar. Pide su cerveza favorita, da media vuelta y se dispone a hacer la retirada. Al dar el primer paso, se percata que tiene enfrente suyo a una de las amigas de Karina. Manolo, sin saber qué hacer, queda petrificado ante la mujer que le mira fijamente a los ojos:

"Hola. Soy Deborah, amiga de Karina y Carlos".
"Hola, soy Ma-ma-ma-ma… nuel, pero mis amigos me dicen Manolo".
"Mucho gusto Manolo".

Manolo se queda atónito ante la situación. En su mente aún no comprende cómo una mujer tan hermosa y sensual como Deborah le esté hablando a él.

"¿Viste a quién nombraron como el entrenador de la selección brasileña?. No me gusta el entrenador, pero ojalá pueda hacer un buen trabajo." exclama Deborah con total propiedad y conocimiento en la materia.

La cara de Manolo es de asombro. Sin embargo, trata de seguirle la pista a Deborah y la conversación continúa sin mucho sobresalto, solamente pausada por el ocasional tartamudeo nervioso de Manolo, quien aún no cree cómo puede estar hablando con una mujer de tan distinguidas características y conocimientos futbolísticos.

Después de varias cervezas y vueltas del reloj en el bar, es horar de retirarse.
Carlos, quien había llevado su automóvil, ofrece llevar a Karina y a sus amigas. Manolo, recordando las enseñanzas de sus amigos, acata abrir la puerta del auto para Deborah, y procede sentarse a su lado en el asiento trasero.

Faltando tres cuadras para llegar a la casa de Deborah, una voz sensual susurra al oído de Manolo:
"Manolo, si querés podemos ir a mi casa y tomar un par de cervezas. ¿Vamos?".

El corazón de Manolo se acelera, mientras su cerebro se detiene. La parte pensante del cerebro de Manolo queda sin respuesta. La toma de decisiones y resolución de conflictos es ahora comandada por un nuevo órgano.

"Está bien, vamos" murmura Manolo con una voz tímida e insegura.

Al llegar a la puerta de la casa de Deborah, se giran las instrucciones correspondientes:
"Manolo, esperame acá y ya casi vengo por vos".
"Está bien, te espero".

El tiempo transcurre lentamente. Manolo repasa en su mente las posibilidades que tiene para esa noche.
Si llegara a consumarse algún tipo de acercamiento físico con Deborah, Manolo emplearía los conocimientos adquiridos después de varias horas de repaso de películas instructivas para adultos.
"Creo que primero comenzaría por esto. Después seguiría con esto, y terminaría con aquello" reza el plan a seguir.

Después de varios minutos de espera en la acera, la puerta de la casa de Deborah se abre. Para sorpresa de Manolo, es recibido por un hombre un tanto obeso, con bigote, pijamas de botones y pantuflas.

"Buenas joven. ¿En qué le puedo servir?"

Manolo duda acerca de qué responder y reacciona un tanto inseguro.

"Eeeeh, bueno, yo nada más estaba acompañando a Deborah para que llegara bien a su casa".
"Ah, entiendo. Muchas gracias entonces".

Manolo aún no sabe qué hacer. Después de varios segundos de reflexión, entiende que esa noche no será su noche de suerte. Ahora solamente queda dar media vuelta y emprender el camino a casa dejando una estela de resignación a su paso.

"Joven" interrumpe nuestro amigo del bigote, con un pequeño aire de burla y picardía.
"¿Sí señor?".
"Tenga mucho cuidado. Por acá es peligroso. Hace poco asaltaron a un muchacho, así como usted".